CASTILLO ALBERTO

ALBERTO CASTILLO

ALBERTO CASTILLO / REY MOMO

Enorme esfera con melena azul cerúleo, mirada de capitán de barco,  sonrisa canchera de galán de barrio.

Alberto Salvador De Lucca nació en  Floresta. Era el quinto vástago de un matrimonio de inmigrantes italianos.
De pequeño demostró una afición natural por la música; tomó lecciones de violín y cantaba en cualquier lugar. Cierta noche  se encontraba cantando para la barra de la que era el menor, -tenía quince y el más admirado- cuando acertó a pasar el guitarrista Armando Neira y le propuso incluirlo en su conjunto.
Fue el debut  de Alberto De Lucca, bajo el seudónimo de Alberto Dual, que alternó con el de Carlos Duval. Cantó luego con las orquestas de Julio De Caro (1934), Augusto Berto (1935) y Mariano Rodas (1937).
Los seudónimos lo protegieron de la disciplina paterna. Cuando cantaba por Radio París, con la Orquesta Rodas, don Salvador, su padre, comentó al escucharlo: «Canta muy bien; tiene una voz parecida a la de Albertito».
En 1938, abandonó la orquesta y se dedicó por completo a cursar su carrera de medicina. Pero el tango  seguía tirando: un año antes de recibirse integró la Orquesta Típica Los Indios, que dirigía el dentista-pianista Ricardo Tanturi.
El 8 de enero de 1941, apareció el primer disco de Tanturi con su vocalista Alberto Castillo -su seudónimo definitivo-,   que incluía el vals “Recuerdo”, de Alfredo Pelaia:  fue todo un éxito de venta.
Un año más tarde, se recibió de médico e instaló su consultorio en la casa paterna.
De modo que, tarde a tarde, el doctor Alberto Salvador De Lucca abandonaba su «consultorio de señoras» y corría hacia la radio para convertirse en el cantor Alberto Castillo. Todo se complicó cuando la sala de espera de su consultorio ya no daba abasto para tantas mujeres, en su mayoría  jóvenes: el cantor atraía fuertemente al sexo débil y era ginecólogo, la obviedad se explicita.
«Esas insinuaciones no me gustaban demasiado», confesó, y terminó por abandonar la profesión para dedicarse de lleno al canto.
Su manera de moverse en el escenario, el modo de tomar el micrófono e inclinarlo, la mano derecha junto a la boca como un voceador callejero, el  pañuelo cayendo del  bolsillo del saco, el cuello de su camisa desabrochado,  la corbata floja y, en ocasiones, descamisado.

Todo era inusitado, todo causaba sensación.

A ese estilo naturalmente tanguero, debe sumarse  su afinación perfecta, de las más precisas entre los cantantes del tango.

Pero cuando Castillo cantaba temas profundos, la ternura que les imprimía era impactante.  Es una «voz que no se parece a ninguna otra voz»,  precisó  Julián Centeya.

Tampoco su estilo se parece a ninguno; cuando él mismo advirtió que su particular fraseo era lo que los bailarines necesitaban  se dijo: «¡Acá está la papa!»; era algo que hacía falta y se esperaba con avidez. Nunca se apartó de esa   manera de cantar.

Para los bailarines fue el mejor, en los  carnavales fue el Rey Momo.

En Roma antigua se rendía culto al dios  Momo que, según la leyenda, era el dios de «las chanzas y de las burlas; el hijo del sueño y de la noche.

Tanturi-Castillo  fueron la dupla excelsa, unían calidad, ritmo y armonía y conjugaron  un éxito rotundo;  en 1944 se presentaron  en el Teatro Alvear, con tal afluencia de fanáticos que la policía debió cortar el tránsito de la calle Corrientes.
Alberto Castillo era el prototipo de una nueva forma del ser porteño, que desde el arrabal le habló al vesre al compadrito:

QUE SABEN LOS PITUCOS, ASI SE BAILA EL TANGO

El malevaje lo elevó al olimpo del arrabal.

Sacando chapa de bacán eras el tordo

Te paraste en el diome

Voz de macho, pinta de fiolo

Que saben los pitucos, gritaste a la gilada

la musa era tu zurda, tu escuela  era la yeca

sabías de yeites y enramadas

a las dos te jugaste los boletos,

ganaste de atropellada!

Alberto Castillo nunca dejó de reflejar su condición de muchacho de esquina identificado con su público; Según José Gobello: «ha sido el último cantor de tangos que movilizó multitudes y tuvo hinchada propia».
El extravagante estilo de Alberto Castillo quizá tenga algo que ver con el gracejo cachador  y arrabalero de Rosita Quiroga, Sofía Bozán, Elba Berón o Tita Merello. Decía Jorge Gotttling: “Pero no se trata de influencias;  los unía un aire común,  una misma cadencia rea.”

Fue de los primeros en engarzar la negritud y el tango. Incorporó a su repertorio el candombe, que matizó con bailarines negros en sus espectáculos. El primero de ellos fue “Charol” (de Osvaldo Sosa Cordero), que resultó todo un éxito, continuó con “Siga el baile” (de Carlos Warren y Edgardo Donato), “Baile de los morenos”, “El cachivachero” y, entre otras, “Candonga”, que le pertenece.

También para los negros fue el Rey Momo.

Momo era  el dios de la locura que, con chistes y agudezas y con mímica grotesca, divertía  a los  dioses del Olimpo.

Castillo también fue letrista; son de su autoría los tangos “Yo soy de la vieja ola”, “Muchachos escuchen”, “Cucusita”, “Así canta Buenos Aires”, “Un regalo del cielo”, “A Chirolita”, “Dónde me quieren llevar”, “Castañuelas” y “Cada día canta más”; y las marchas “La perinola” y “Año nuevo”.

En cine fue  un actor sumamente natural, que debutó en 1946 con Adiós pampa mía, para continuar con El tango vuelve a París (1948, acompañado por Aníbal Troilo), Un tropezón cualquiera da en la vida (1949, con Virginia Luque), Alma de bohemio (1949), La barra de la esquina (1950), Buenos Aires, mi tierra querida (1951), Por cuatro días locos (1953), Ritmo, amor y picardía, Música, alegría y amor, Luces de candilejas (1955, 1956 y 1958 respectivamente, las tres junto a la extraordinaria rumbera Amelita Vargas) y Nubes de humo (1959).

Cuando el ámbar malva del olvido arrojó a un costado al tango y a Alberto Castillo, es llamado para grabar  “Siga el baile” con Los Auténticos Decadentes. Transcurría 1993 en pleno auge de la posmodernidad, pero su éxito fue instantáneo, ganándose a la juventud de fin de siglo, tal como lo había hecho con la de los ’40.

Su voz continúa siendo una llamarada en la canción ciudadana y un farol en el olimpo del arrabal.

Mezcla de Gatica con Divito

Empilche de Dandy, parada de guapo

Fuiste Momo en las milongas,

Para las minas un fetiche.

El arrabal fue tu nido,

ahora los pibes te idolatran

Así se baila el tango, les dijiste…

Cabezón, sos el rey del castillo

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